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Un nuevo episodio de agudización de la crisis política e institucional en que vive el país, llevó a la vacancia e inmediata asunción de un nuevo presidente del Perú: el tercero del periodo gubernamental en curso y el sétimo desde 2016.
El 10 de octubre asumió el cargo el sétimo presidente de la República desde 2016, el tercero del actual periodo. ¿Qué arroja como balance esa sucesión?
Que hemos perdido gobernabilidad en ese tiempo por los cambios que hubo en el Ejecutivo, pero también en el Congreso. Y todos estos, de alguna manera, han desvirtuado nuestra Constitución, que ha sido nuestra ancla para el rápido crecimiento económico que experimentamos en el periodo anterior a ellos. En ese proceso, hay instituciones que han perdido mucho. Mi institución, por ejemplo, el MEF, es una de ellas. Pero pienso que la consecuencia más importante de esas situaciones es que hemos regresionado en términos de reformas fundamentales que nos permitían crecer y, al mismo tiempo, atender a las poblaciones vulnerables, que finalmente es el propósito del Estado.
Por último, creo que el Estado, y los propios gobiernos, han sufrido mucho por la muy baja calidad de los servidores públicos que han asumido cargos. Y eso se refleja concretamente, por ejemplo, en el hecho que hoy el Estado y los gobiernos que lo conforman, que son el principal instrumento de reasignación de recursos hacia los sectores de bajos ingresos, no llegan a ejecutar sus gastos. Ni corrientes ni los gastos de inversión. Se ha perdido mucho esa capacidad y, como consecuencia, hay mucho desánimo de la población, por no decir mucha desilusión con nuestro sistema político, lo que creo que es muy peligroso.
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¿Qué se requiere, en su opinión, para salir de ese círculo vicioso en que está inmerso el país?
Hay ejemplos en el mundo de muchos países que han regresionado y, finalmente, han regresado a la senda de la estabilidad. Nosotros mismos fuimos un ejemplo de ello tras todo lo que ocurrió en los años 80. Por eso creo que la semilla está ahí. Sabemos qué es lo que se necesita hacer para regresar a una situación de estabilidad, pero lo que nos detiene, pienso yo, es la política. Estamos muy fraccionados como país y lo que se necesita es repensar cómo es que, en democracia, nos volvemos a unir para poder volver a poner las prioridades en el lugar correcto.
La casi nula alteración de los índices económicos, tras nada menos que un cambio abrupto de gobierno, reavivó la antigua tesis de que eso se debía a que la economía y la política en el Perú operan en ‘cuerdas separadas’.
Yo soy de los que piensan que nunca hubo cuerdas separadas; lo que ha ocurrido es que la forma en que la política afecta la economía es una forma muy sutil. De hecho, no se produjo ninguno de los efectos que se ven en otros países durante crisis políticas similares. Ese efecto de mercado se dio aquí porque se percibe que el gobierno de (José) Jerí es un gobierno más de derecha, pro mercado, lo que alimenta la compra de activos peruanos. Sin embargo, lo más importante es observar, como se dice, el agua que pasa por debajo del puente
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